DISCLAIMER: Ninguno de los personajes que aparecen en esta historia me pertenecen. Son propiedad exclusiva de S. Meyer.
El primer capitulo de esta historia es un OS ganador del Premio Especial en el Contest Lemmonada_Expres
Summary: Lemmonada_Expres. Bella Swan
nunca pensó que por acceder a regañadientes a los ruegos de su amiga, pasaría
un día tan maravillosamente increíble junto a un hombre insaciable.
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Capitulo primero: OS inicial (primer encuentro)
Bella Pov
.
—Vamos Bella
por favor —imploraba Alice al otro lado del teléfono y mentalmente me la
imaginé poniendo su habitual cara de gato de Shreck ¿por qué diablos habría
insistido en que viniera con mi sobrina y conmigo a ver esa película en una de
sus visitas a España?—, si solo será una mañana –seguía implorando al
teléfono —hazme este favor —volvía a implorarme –verás como mi hermano
te gusta, es guapo, sexy, soltero, sin
compromiso, ideal para…
—Alice –la
corte sin dejarla terminar –esa manía vuestra de querer emparejarme con todo lo
que lleve pantalones me está empezando a resultar molesta. Ya estoy harta de
tanta cita a ciegas que siempre terminan en desastre.
—Esto en
realidad no es una cita totalmente a ciegas, aunque no le conozcas en persona, técnicamente ya sabes quién es,
te hablé tanto de él que… y a él también le hablé de ti. Bella, por favor…
—Uff
–resoplé— está bien Alice, ¿a qué hora
le has dicho?
Mi amiga
siempre era así, siempre conseguía lo que se proponía, siempre lograba
convencerme. Suspiré pesadamente y me deje caer rendida en la cama, mañana
sería un día muy, pero que muy largo.
Otro lunes
mas, vaya rollo, pensé para mí mientras de un
manotazo apagaba el molesto aparatito que se empeñaba en
despertarme. Y encima, después de dejar
en el colegio a mi sobrina, tenía que ir
al centro de la ciudad para encontrarme con el hermano de Alice que quería
sacar fotos de los edificios más emblemáticos. Puesto que no tenía más remedio que ir, aprovecharía
para hacer yo también mis propias fotos para
el libro que estaba escribiendo. ¿Por
qué Alice siempre me metía en estos líos?, ¿y por qué siempre terminaba diciéndola que sí? Y para colmo de
males no me había dicho como
reconocerle, ni me había dado una mísera pista, solo se había limitado a decir: créeme Bella,
en cuanto lo veas lo reconocerás y estoy segura que él a ti también. Vamos ni
que fuéramos del FBI. Pero en fin, todo sea por la amistad, me dije a mi misma.
Había
conocido a Alice en la universidad, las dos
habíamos venido a estudiar a España. Yo había obtenido una beca y elegí
este país porque mi hermano, que ya estaba trabajando y viviendo aquí, insistió
para que lo hiciera. Nos hicimos amigas enseguida. Resultaba fácil estar con
ella, era una amiga fiel que siempre estaba ahí cuando la necesitabas, en los momentos buenos, no tan buenos y en los
más duros, con ella se estaba a gusto,
era una persona en quien se
podía confiar, a pesar de su hiperactividad, su manía de interferir en la vida de los
demás, su afán por las compras y su obsesión por encontrarme un novio. Cuando terminamos la carrera nunca perdimos el contacto a pesar de que yo
me quedé en España, junto a mi hermano y cuñada, y ella volvió a Chicago. A pesar de esto, las
visitas entre nosotras se volvieron cada vez más habituales, aunque era mi amiga la que normalmente venia
aquí y así aprovechaba para ver a Rose con la que también tenía una buena
amistad. Por eso nunca tuve la oportunidad de conocer a nadie de su familia excepto a su novio Jasper, el cual
había venido con ella en su última visita.
Llegué hasta
mi casa, dejé las bolsas con lo poco que
había comprado y me fui a coger el autobús. Había quedado con ese tal Edward
dentro de una hora en la Puerta de Alcalá. Cuando llegué a la parada estaba hasta arriba de gente, señal de que el
autobús tardaba en venir. ¡Genial!, ahora iría hasta la bandera, me tocaría ir
de pie y con el equilibrio que yo tenía… Efectivamente, cuando llegó iba demasiado lleno, subí como
pude, piqué el ticket y también como pude me acomodé donde había un hueco. De
repente el autobús frenó y fui lanzada involuntariamente contra… ejem, vamos contra las pudientes partes de
alguien a las que di un porrazo sin querer dicho sea de paso, y para colmó me
agarré fuertemente a ellas como si fueran mi tabla de salvación para no acabar
estrellada contra el suelo del autobús... Una extraña corriente eléctrica me
cruzó el cuerpo de arriba abajo cuando toque semejante zona al tiempo que noté
una ligera humedad en mis bragas ¿tan necesitada estaba de sexo por Dios?
—Perdone —le dije toda ruborizada.
— No hay de que —contestó con una expresión divertida y
misteriosa a la vez que se frotaba disimuladamente su parte dañada. ¿Qué
diversión podría haber en haber golpeado
y apretado impunemente esa parte de su anatomía?
El autobús
arrancó de nuevo y ¡hala! otra vez contra el mismo pobre hombre que me recibió
entre sus brazos y evitó que mi cara chocara contra la barra del autobús
atrayéndome hacia su pecho, ¡por dios como olía el condenado! Mis bragas
estaban mas húmedas a cada segundo que pasaba.
—Disculpe otra vez, es que los
autobuses y yo, cuando hay que ir de pie pues…le mire en ese momento a la cara
y ¡madrecita del amor hermoso!, ¡qué guapo!, con unos ojazos verdes que
parecían hipnotizarte con solo mirarlos y que mentón y que hombros y que… Por
dios Bella que ya no tienes quince años,
decía mi responsable mente, pero mi hormonal cuerpo se puso en alerta roja ante
semejante sensación, mis bragas seguían humedeciéndose.
De repente
me pilló mirándole y su sonrisa, ¡joder que sonrisa!, se hizo más ancha y claro
como yo no estaba a lo que estaba y por no estar, ni siquiera estaba sujeta , el autobús pegó
otro frenazo que me lanzó de nuevo directa contra él. Me volvió a tomar en sus
brazos, ¡joder que brazos!, ¿haría algún tipo de ejercicio? Mis bragas a estas alturas estaban en urgente
peligro de inundación. De repente, alguien
se levantó de un asiento y yo ni corta ni perezosa me lancé en picado hacía él arrasándolo todo a mi paso y ¡hurra!
lo conseguí, y con ello conseguiría también dejar de hacer el ridículo, digo yo.
Estratégicamente
sentada me dedique a mirarle. Por dios santo sí que era guapo ese hombre, su
cabello no parecía haber visto un peine en la vida, sin embargo era como un toque
personal, le quedaba de muerte al tío. Sus anchos y musculosos hombros, su
pecho, su… Bella, que ya miras hacia donde no debes. Y al intentar desviar la
vista de “donde no debía”, me fije que llevaba una cámara de fotos
y de las buenas, colgada al
hombro y por su aspecto no parecía español, lógico aquí en España no los hacen tan
bien, por lo menos yo no los encuentro, aunque cuando me contestó lo hizo en un
perfecto español, pero no me fijé si tenía acento porque claro yo estaba
ocupada en otras cosas. Un momento, ¿cámara
de fotos?, ¿parece extranjero?, ¿no será este el famoso hermano de Alice? , no
lo creo pensé sin dejar de mirarle. Y así
mirando y no mirando, llegue a la Plaza de la Independencia, mi destino. Me bajé
en la parada y cuando ya estaba con el pie en tierra, miré dentro del autobús a
echar un último vistazo a ese adonis, y de repente algo me golpeó en la frente
y la sien haciéndome mucho, mucho daño, ¿quién diablos habría puesto ahí la
dichosa farola caray?, ¿por qué los
responsables del mobiliario urbano se empeñaban en poner las farolas donde más
estorbaban? Claro que si yo no fuera una cotilla.
—¿Se ha hecho daño señorita? —pregunto una voz aterciopelada
y con un ligero acento
que no supe descifrar de donde era
—Bueno pues…no, muchas gracias y
cuando me volví ¡horror!, era él, el hombre por el que había babeado durante
todo el trayecto, y con el que me había estado tropezando en cada frenazo del autobús llegándole incluso
a tocar en… bueno pues ahí, el hombre por culpa del cual me saldría un buen chichón
por querer mirarlo por última vez antes de que el autobús se perdiese de vista,
él culpable de la inundación de mis bragas, ese hombre estaba ahí a mi lado, por Dios.
—No, no es
nada— le contesté como pude y sin hacerle mucho más caso me dedique a buscar un
punto estratégico para poder sacarle una foto a La Puerta de Alcalá, mientras esperaba
al misterioso hermano de Alice. Cuando lo encontré me eché hacia atrás para conseguir
un mejor enfoque y de repente mi pie se topó con algo blandito, genial seguro
que había pisado una porquería de perro, pero al mirar hacia abajo se trataba
de un pie.
—Upss, perdone, no le había visto
—No pasa nada, dijo una voz que ya
estaba empezando a ser conocida para mí.
—¿Usted otra vez?—, exclamé ya sin poder contenerme, parece que se
ha empeñado en ponerse en medio de mi camino
—O usted en medio del mío señorita —contestó
con sorna.
—Yo no estoy en medio de nada le dije
enfurecida simplemente estoy sacando unas fotos mientras espero a alguien con
quien he quedado.
—Qué casualidad yo también he quedado
con una persona amiga de mi hermana, ¿no será usted por casualidad?
¡Anda!, a ver si al final va a
resultar que va a ser este hombre….
—¿tú no serás por casualidad el
hermano de Alice?, ¿verdad?— le pregunté
un tanto sofocada por la vergüenza que estaba pasando.
—El mismo y ¿tu entonces eres Bella?
—Pues más bien sí —dije con la cara
como una ensalada de tomate y pimiento rojo.
—Pues ya que por lo visto tu eres con
la persona que yo he quedado y tú la que has quedado conmigo, porque no
seguimos haciendo esas fotos juntos, y después me llevas a conocer la ciudad
tal y como teníamos previsto.
Hacer… juntos… ¿que se supone que
teníamos que hacer juntos? Las fotos Bella las fotos y llevarle a conocer la ciudad, no te vayas
por las ramas.
—Va…vale, como habíamos quedado —conteste
un poco atorada—, son para un libro que estoy escribiendo –le expliqué enseñándole mi cámara.
—Estupendo, Llámame de tu ¿ok?, me
llamo Cullen, Edward Cullen –en ese instante y no sé porqué, una imagen mental de Edward con la misma pose
del Agente 007 con pistolas incluidas me
vino a la cabeza —estoy haciendo un
reportaje grafico visitando varias ciudades españolas para hacerme una idea de
sus costumbres, arquitectura, de cómo es la gente etc., antes de venir aquí
estuve con Alice y ella fue la que
sugirió que podía quedar contigo para que me enseñaras un poco la ciudad, me hablaras
de sus costumbres ya sabes, vamos si no tienes inconveniente.
—Inconveniente, ¿yo? ¡NO!— dije con una voz demasiado estridente y alta—.
Ya le dije a Alice que lo haría encantada –que mentirosa eres Bella, pero que
mentirosa me recriminaba mi conciencia—. Bien, bien, pues verás eso que quieres fotografiar es la Puerta
de Alcalá, es una de las Puertas que
cercaban la ciudad en los tiempos antiguos y
uno de los escenarios del levantamiento que tuvo lugar en Madrid en 1808.Si
quieres, bajamos por esta calle —le dije—,
y llegamos a la Plaza de la Cibeles.
—¿La Cibeles?, ok, he oído hablar de ella.
Y dime—, me preguntó, ¿qué haces para ganarte la vida?, ¿estás casada?
—No, no estoy casada –le dije en un
tono que no dejaba lugar a dudas, ¿qué diablos me estaba pasando? — y soy
periodista. Aunque ahora no estoy ejerciendo, me he tomado un año sabático para escribir mi
libro.
—¿Periodista?, qué casualidad igualito
que yo. ¿De qué va el libro?
—Es una hermosa historia de amor que
surge entre un francés y una madrileña
en medio de los acontecimientos ocurridos en Madrid en mayo de 1808.
—Parece muy interesante, pero tú no
eres madrileña ¿verdad?
—No, soy de un pequeño pueblo del
estado de Washington llamado Forks, pero
vine a estudiar a España con una
beca, ya que mi hermano y mi cuñada estaban viviendo aquí. Mi hermano trabaja
como asesor legal en la Embajada de
Estados Unidos en Madrid y mi cuñada como secretaria, ambos se conocieron allí.
Al terminar mis estudios conseguí un
trabajo y me quede con ellos. Fue en la
universidad donde conocí a Alice y nos hicimos muy amigas desde el primer día. Lo
cierto es que esa pequeña bruja se hace de querer ¿y tú, estás casado, tienes novia? —pregunté muy interesada en la respuesta.
Diablos Bella y a ti qué coño te interesa si tiene novia o no.
—No, ni tengo novia ni estoy casado,
aunque, como tu muy bien sabes, tengo
una hermanita hiperactiva, amante de las compras, demasiado acostumbrada
a conseguir todo lo que se propone, que
tiene la habilidad de meterse en todos
los asuntos ajenos, y una madre por un estilo, las dos son tal para cual. A ambas les encantaría que lo estuviera, pero
yo estoy bien así, digamos que aun no encontré a la mujer de mi vida y quiero
esperar por ella para dar ese paso tan importante –me dijo con una voz y
expresión un tanto misteriosa. Tan misteriosa que me dio la impresión de que me
ocultaba algo
Y con esta
conversación llegamos a la Cibeles en donde tomó varias fotos mientras yo le
explicaba un poco de la historia y mitología de esa fuente. He de reconocer que
además de guapo era bueno, como tomaba las fotos por Dios, como se agachaba,
como se movía, y ese culo como… ¡Bella por Dios! —me regañé mentalmente. Y para
distraerme me dispuse a tomar mis propias fotos.
—Si pones la cámara así, te saldrán
mejor las fotos –dijo colocándose detrás de mí y pasando sus brazos por encima
de mis hombros mientras se pegaba a mi cuerpo. Empezó a explicarme como se sacaba mejor una
foto con mi cámara, pero claro yo no me estaba enterando de nada, solo pensaba
en lo que tenia detrás de mí, bastante grande y duro por cierto, rozando mi
trasero ¿era yo la culpable de esa palpable dureza de su entrepierna? Menos mal
que en la Puerta del Sol había una estupendo Gran Almacén con una estupenda
planta de lencería, porque a este pasó
lo iba a necesitar y de modo urgente…, mis bragas ya no podían absorber
tanto líquido las pobres y eso que llevaba un salva slip pero ni por esas.
—¿Te has enterado? —me preguntó
—¿Qué?, sí, sí creo que lo he pillado—.Lo que he pillado
es un buen problema en tu entrepierna.
—Bueno pues ya lo veremos en la
próxima foto –dijo divertido y a mí me pareció que era totalmente consciente del estado de
excitación que estaba provocando en mí
y, a juzgar por lo que había notado en su zona baja minutos antes, él estaba
igual.
Cuando ya se
cansó de tomar fotos a la diosa Cibeles, nos encaminamos por la calle de Alcalá
hasta llegar a la Puerta del Sol.
—Que es esa placa, me preguntó.
—Es un homenaje a todos los que
intervinieron de una manera activa para ayudar a las víctimas del 11 M —le dije y mientras él sacaba foto tras foto, yo seguía babeando
como una adolescente hormonal y mirándole el fabuloso trasero que cada vez que
se agachaba se volvía mas fabuloso aún, con
una expresión tan lujuriosa que ni yo misma me reconocía. Si Alice y Rose me
vieran en este momento... menuda juerga
se iban a pasar a mi costa
—Mira ese placa del suelo –le dije
intentado desviar mis pensamientos hacia algo más productivo — señala que
estamos en el Km 0 y eso de ahí es la nueva cúpula que han construido y que da
acceso al metro y al tren; esa es la famosa estatua del Oso y el madroño y si
vamos hacia abajo verás la estatua de la Mari Blanca pero, ¿qué prefieres
primero, la Plaza Mayor o el Palacio de Oriente?
—Guíame tu —me dijo y ¡por Dios como
me lo dijo! Unas irrefrenables ganas de lanzarme a sus brazos y besar esos
labios tan rojos y carnosos se apoderaron de mí con frenesí. Contrólate Bella
por favor…
—Pues
vamos por allí, le sacas una foto
a la estatua y después te llevo por la Calle del Arenal hasta el Palacio de
Oriente. Luego podemos subir por la Calle Mayor, te enseño la Plaza de la Villa
y la Plaza Mayor —le dije como buenamente pude, la verdad es que no sé ni cómo
me salió alguna palabra porque esos ojazos verdes me distraían, caray como me
distraían. A este paso, fotos yo no sacaría pero me iba a tener que
comprar una cámara nueva porque esta iba
a morir de lo mojada que debía estar con mis babas.
Y así entre
unas “distracciones” y otras pasamos el resto de la mañana juntos, yo le iba
enseñando los diferentes sitios y contándole lo poco que sabía. Nos sentamos a comer, una paella por supuesto,
en una de las muchas terrazas que había en la plaza mayor. Después de comer, le
seguí enseñando un poco más la ciudad, hasta que fue la hora de regresar a casa…
—Lo siento, pero tengo que regresar,
ha sido un placer conocerte –le dije no sin mucho convencimiento ya que esta
tensión sexual que había entre nosotros
estaba empezando a pasarme factura. Mucho me temía que al llegar a casa mi
vibrador y yo íbamos a tener más que palabras.
—El placer ha sido mío, me lo he
pasado muy bien, me gustaría volver a verte —me dijo con un tono que se me
antojo algo triste y decepcionado. Me dio la mano depositando en ella una tarjeta—.
Llámame por favor, ten cuidado cuando subas al autobús no te
vayas…bueno esto a tropezar y ya sabes…
—Sí, los autobuses no son lo mío —le
dije volviéndome de repente y ¡toma!, el pie que se me fue a un agujero y yo ni
corta ni perezosa contra el santísimo suelo, caray que duro estaba, pero no, un
momento, no había llegado al suelo, entonces ¿qué era eso tan duro?, madre mía
¿quién diablos pone bancos de frio mármol donde no debe? Me levanté tan rápido
que volví a perder el equilibrio y volví a caer de nuevo esta vez sobre algo un
poco mas blando. Cuando me di cuenta
estaba prácticamente encima de Edward, su cuerpo debajo de mi me invitaba al
pecado, al más puro, ardiente y pasional pecado, mientras él me miraba con los
ojos oscurecidos por el deseo y esa especial parte de su anatomía empezaba a
crecer de nuevo. Tenía una sonrisa
torcida igualita, igualita que la de mi amiga Alice, aunque la suya se me antojaba seductora y
llena de deseo y me hacia convulsionarme de la ansiedad, ¡por Dios pobres
bragas! Cuando pude ser consciente de la posición tan indecorosa en la que me
encontraba, me levanté tan rápido que parecía un vampiro.
—Perdona de nuevo —le dije ya con la
bandera española al completo estampada en mi cara.
—No te preocupes, no ha sido nada.
—Bueno pues, ahí viene mi autobús.
—No me digas adiós del todo, llámame
voy a estar unos cuantos días más.
—Vale —le dije volviéndome mientras
al mismo tiempo intentaba subir al autobús, mala idea, malísima idea, pues
calculé mal la altura y no entré al autobús
de la manera tradicional, como normalmente se hace, no que va, primero entro mi
boca, luego mis queridos senos, luego mi hermosa tripa y finalmente los pies a
saber además en qué posición deshonrosa.
Edward corrió hasta mí para ayudarme riéndose abiertamente. Cuando me puse de pie,
el bajó del autobús, y yo piqué el ticket, el autobús arrancó y yo miré por el espejo para verlo por última vez ¿dónde
se había metido?, de repente una mano
tocó mi hombro
—Voy en tu misma dirección, estoy
alojado en el hotel que hay dos paradas antes de la parada donde tu subiste. Lo
cierto era que no me apetecía quedarme yo
solo, pero no sabía cómo decírtelo así que tu ejem…llamémosle…caída, me ha dado
una escusa. He decidido acompañarte, por si los accidentes… pero…mejor…vamos a sentarnos —me dijo
acompañándome a un asiento libre mientras cogía mi cintura para evitar nuevos
percances. ¡Dios bendito, mis bragas!—. Esto verás…yo…lo cierto es que no me
atrevía antes a pedírtelo pero… no me apetece dejarte todavía, ¿por qué no vienes a
mi hotel? subimos a la habitación,
tomaríamos algo y esto…en fin…ya sabes. No me vas a negar la tensión sexual que
ha habido entre nosotros durante todo el día –me dijo de una manera tan
sugerente, seductora y sensual que ¿cómo diablos iba a poder negarme si mi
cuerpo estaba clamado a gritos por él,
por la satisfacción de un deseo tan fuerte como incontrolable?
—Sí, sí que lo sé, y no, no lo niego
–le contesté sintiendo como mis bragas que a estas alturas ya estaba
completamente inservibles se empapaban de nuevo—. Esto…yo…no suelo actuar de
este modo, pero… sí, me gustaría aceptar tu proposición –le dije mientras le
mandaba un mensaje a mi cuñada para que alguien recogiera a mi sobrina en el
colegio.
—Bella, ¿eres consciente de lo que te
estoy pidiendo?
—Sí, si lo soy, soy muy consciente
–le dije temblando de anticipación.
Lo que quedaba del camino hasta su
hotel lo hicimos en total, absoluto y completo silencio. La verdad es que
sobraban las palabras entre los dos, nuestros gestos y nuestras miraban
hablaban por sí solas. Sus manos se metieron por debajo de mi bolso y viajaron hacia mis muslos con mucho disimulo y
empezaron a acariciar mi sexo por encima de mi ropa. El puso su cámara de fotos
encima de su intimidad para que yo pudiera tocarle cosa que no dude en
hacer, chocando con su dura y enorme
erección y apretándola suavemente lo que me hizo ganarme un gemido ahogado de
su parte. Llegamos al hotel, entramos a la recepción, Edward pidió las llaves
de su habitación y con mucha más prisa de la habitual nos dirigimos a uno de los ascensores. No se
había terminado de cerrar la puerta aún, cuando sentí que me encerraba entre la pared del ascensor y su
cuerpo. Su potente erección presionaba contra mi estómago al tiempo que atacaba
mi boca en un beso furioso, apasionado, hambriento, caliente, presuroso,
lujurioso, necesitado y voraz. Su boca me pidió permiso para entrar y yo se lo
di en el acto. Nuestras lenguas comenzaron una pelea, una batalla que ninguno
de los dos quería ganar, saboreándonos, degustándonos, no quedo ni un solo
recoveco de nuestros bocas sin explorar. Mientras, sus manos vagaban sin
control por mis muslos subiendo por mi cintura y llegando a mis pechos, los
cuales apretó con demasiado fuerza lo que me hizo lanzar un grito de pura excitación. Mis manos
bajaron a su entrepierna y acaricié su erección por encima de sus vaqueros.
—Llevo deseando hacer esto desde el
primer momento que tu cuerpo chocó contra el mío y tocaste mi pene –me dijo
mientras iba dejando un reguero de besos húmedos por mi cuello y hombro –no sé
qué demonios has hecho conmigo, nunca había sentido algo así ni me había
excitado tanto con solo un roce.
—A…a mi me ha sucedido lo mismo –le
contesté entre jadeos.
El ascensor llegó a su destino y sin
más preámbulos me cogió entre sus brazos, cargándome como si fuera una novia.
Con bastante dificultad abrió la puerta para después cerrarla con una patada y me llevó a su habitación
donde me depositó sobre la cama sin ninguna delicadeza, cosa que me excito todavía más. Se tiró, más que se tumbó,
sobre mí y empezó a devorar de nuevo mi boca mientras mis manos primero se
enredaron entre sus cabellos, los cuales llevaba todo el día deseando
acariciar, y después comenzaron a explorar
su perfecto y musculoso cuerpo. Cuando
llegué al principio del jersey que llevaba
lo alcé y se lo quité de un tirón y ¡madre mía, que vista más increíble! Todo
en él era perfecto. De repente noté que el también me había despojado de mi blusa
y de mi falda y estaba debajo de él en ropa interior, su masculino y musculoso
torso se fundía con mi pecho también desnudo ¿dónde diablos habría ido a parar
el sujetador? Pero no tenía tiempo para pensar en eso ya que de repente sentí
como su boca comenzaba a lamer uno de mis pezones, a mordisquearlo, a
saborearlo, a degustarlo, mientras que con su otra mano bajaba por mi cuerpo hasta
llegar a mis bragas, las cuales arrancó de mi cuerpo de un tirón para acceder a
mi centro de placer. Comenzó a jugar con él, masajeándolo, acariciándolo
suavemente, y de repente me sentí satisfactoriamente invadida por dos dedos que comenzaron a hacer
delicias en mi interior. A estas alturas de la historia mis jadeos, gritos, y
gemidos se confundían con los suyos formando una perfecta composición
lujuriosa. Mis manos comenzaron a descender por su cuerpo hasta llegar a su cintura.
Sin más preámbulo desabroché sus pantalones y se los bajé junto con sus bóxers.
Me encontré con la erección más grande y masculina que jamás había visto, ¡oh
mi Dios! pensé al imaginarme eso metido dentro de mí. Y en ese momento un fuerte orgasmo me alcanzó
y me dejé llevar por él. Cuando recuperé la respiración empecé a masajear su
pene, lentamente, torturándole, ahora hacia arriba, ahora hacia abajo, deteniéndome
en su glande, haciendo pequeños círculos y dándole suaves apretones, necesitaba que sintiera el mismo
placer que me estaba dando a mí.
—Bella, por Dios, como sigas así no
voy a durar mucho –me dijo mientras se frotaba contra mi mano al tiempo que sus
poderosos dedos, que no habían salido de mi interior, volvían a hacer estragos
dentro de mí y su boca seguía entretenida con mis pezones.
— No hay problema –le dije jadeando–
tenemos el resto del día. Y esas palabras mías debieron excitarlo
en demasía ya que sacó sus dedos de mí, se separó lo justo y suficiente para
quitarse del todo los pantalones y el bóxer, se dirigió hacia una maleta que tenia medio
abierta y sacó un paquete de condones y con uno de ellos en la mano se volvió a
posicionar sobre mí. Empezó a besarme de nuevo con hambre, bajó por todo mi
cuerpo dejando un reguero de besos húmedos, hasta llegar a la punta de mis pies y empezó a
subir de nuevo dejando suaves besos y mordiscos. Llegó a mis muslos y su boca
siguió su camino hacia mi centro donde empezó a lamer y mordisquear mi
clítoris, mientras sus dedos seguían su juego en mi interior. Yo arqueaba mi
espalda y gemía de placer sintiendo de nuevo como mis paredes comenzaban a
cerrarse de nuevo. Cuando se percató de esto, sacó sus dedos de mí para
dirigirlos hacia mis senos tirando suavemente de mis pezones. Su boca también
dejo mi clítoris para seguir subiendo por mi cuerpo mientras iba besando y
lamiendo todas y cada una de las partes que encontraba a su paso. Sus manos
dejaron de jugar con mis pechos para intentar abrir el paquete que contenía el
condón y ponérselo al tiempo que atrapaba de nuevo mis labios en un beso
brutal. En un rápido movimiento nos giré quedando yo encima de su cuerpo. Me senté sobre él de manera que
su erección tocaba mi centro y ambos reaccionamos ante ese contacto con un
grito enloquecedor. Empecé a frotarme contra él mientras le besaba en todas las
partes que podía de su perfecto y musculoso cuerpo, cuando llegue a su erección,
la tomé con mis manos y me la metí en la boca, chupando con cuidado,
lamiendo, mientras intentaba abrir el
paquete que previamente le había arrebatado de las manos. Sus manos se cerraban
en puños sujetando las sabanas, su espalda se arqueaba, mientras sus jadeos y los míos se escuchaban
en toda la habitación. Cuando logré sacar el condón, se lo coloque, muy
despacio, acariciando paso a paso cada centímetro de piel. Cuando ya estuvo puesto me incorporé, me senté a horcajadas
sobré su pene y de un solo envite me lo introduje dentro de mí. El gemido, más
bien el grito de placer, fue instantáneo. Empecé a cabalgarle como si la vida
me fuera en ello, como si el mundo se fuera a terminar y esta fuera la última
vez que tenía sexo con un hombre. Mis
movimientos cada vez era más rápidos y fuertes, nunca me había gustado el sexo
duro, pero es que este hombre era pura dinamita que explosionaba mi cuerpo de una manera arrolladora. En un giro inesperado noté que salía de mí al tiempo que me encontré
con mi cara pegada a la almohada, me incorporó un poco pegando mi espalda a su
pecho. Una de sus manos me masajeaba un
seno, su boca me lamia, succionaba y mordisqueaba mi espalda, a la vez que con la otra mano me acariciaba el
clítoris de una manera que me hacia gritar de puro placer. Su boca
descendía por mi espalda con húmedos
besos y cuando llegó a mi culo empezó a dejarme suaves mordiscos en él, besándolo
de manera enloquecedora al tiempo que
abría los labios de mi centro penetrando de nuevo en mí de un solo empellón.
—¿Te gusta? –me preguntó al oído
mientras me lo mordía con una voz ronca de la excitación— ¿lo quieres así o te
gusta más duro?, dímelo preciosa, tus
deseos son órdenes para mí.
—Más…más duro por favor –le contesté
mientras me movía hacia él haciendo que nuestros cuerpos se juntaran en un
ángulo delicioso. Él empezó a embestirme aun más deprisa, mas fuerte, más duro
y yo seguía su ritmo de una manera prácticamente animal, hasta que de repente
mis paredes se contrajeron atrapando su pene y mi cuerpo se sacudía en un
orgasmo bestial, el mejor que había tenido en toda mi vida. Le sentí tensarse
mientras se quedaba quieto descargando toda su lujuria en mí.
Una vez que hubimos recuperado
muestras respiraciones, por lo menos él la suya, salió de mi, se quitó el
condón usado, lo tiró a la basura, cogió la caja se la puso en la boca y me
levantó, me obligo a que rodeará su cintura con mis piernas lo que provocó que
nuestros sexos volvieran a rozarse despertando de nuevo a la vida. Por el
camino hacia el baño, fui notando como su erección volvía a crecer pero que
espécimen de hombre ¡por Dios! Me depositó dentro de la ducha, dejó la caja de
condones en el mismo lugar donde descansaba la esponja, abrió el grifo y un placentero
chorro de agua caliente empezó a caer por mi cuerpo. Edward cogió la alcachofa
de la ducha me puso con la espalda pegada a su pecho y dirigió el agua
directamente a mi clítoris. La sensación era tan placentera, tan
insoportablemente torturante que empecé a retorcerme de placer y un nuevo
orgasmo me inundó de repente, sin verlo venir. Edward me besaba por el cuello,
mordisqueándolo a su paso, me masajeaba el pecho de una manera magistral. Me
volvió de forma que quedé frente a él y me obligo de nuevo a rodear su cadera
con mis piernas de manera que nuestros
sexos se rozaban otra vez en un baile torturante, empezó a lamer mis pechos, a
mordisquearlos, a succionarlos, devorándolos con ansias, mientras yo intentaba
besarle y tocarle en todas partes que podía que a estas alturas no eran muchas
pues mi cuerpo estaba totalmente pegado a él aprisionado entre la pared y su propio cuerpo. Me pasó la caja de
condones para que le volviera a poner uno, apartándose lo justo para facilitarme el trabajo. Muy
despacio, muy lentamente, tomándome mi tiempo, torturándole, acariciando de
paso su muy dura erección, se lo puse y
sin más preámbulo me penetró de nuevo. Sus movimientos eran rápidos, duros,
constantes, mi cuerpo subía y bajaba respondiendo a ese vaivén como si estuviera
hecho para encajar en él. Nuestros gemidos eran acallados con besos, nuestros
labios se unían y se separaban en un baile frenético hasta que note mis paredes
cerrarse en torno a su pene y un nuevo orgasmo más potente y poderoso que el
anterior nos azotó dejándonos totalmente inertes. Nuestros cuerpos que se habían quedado desmadejados y sin fuerzas, fueron cayendo en cámara lenta en el
suelo de la bañera. Cuando nos recuperamos de ese sensacional orgasmo nos
levantamos, Edward tomó la esponja y empezó a lavarme y yo hice lo mismo con él. Cuando ya
consideramos que estábamos los suficientemente limpios salimos de la ducha de
nuevo con dirección a la cama, donde estuvimos remoloneando un buen rato.
Edward pidió una botella de champan
que malgastó derramándola por mi cuerpo y chupando y lamiendo allá donde caía
el espumoso liquido, cuando el susodicho brebaje se poso en mi centro de
placer, él empezó a lamerlo con su
lengua, bebiendo de mi el champan mezclado con mis flujos, su lengua me acariciaba
haciendo pequeños círculos alrededor de mi clítoris. Derramó lo que quedaba de
la botella justo en mi abertura, introdujo su lengua y bebió y bebió hasta
saciarse, yo sin poder soportarlo mucho
tiempo más respondí con ansias y de
nuevo la pasión nos consumió…
—No tengo más remedio que irme –le
dije sin ganas de moverme –tengo un hermano, una cuñada que…
—No me apetece dejarte ir Bella… esto
ha sido… nunca me he sentido así, nunca he sentido tantas cosas juntas.
—Pero tengo un hermano y una cuñada y
una sobrina que me están esperando en casa preguntándose donde me he metido y para mí
sería un poco complicado explicar…esto…
—¿Vives con ellos?
—Bueno ellos me hacen un favor a mí y
yo se lo hago a ellos. Al trabajar en casa en mi libro, tengo mucho tiempo, el cual invierto en cuidar
de mi sobrina cuando no está en el
colegio, mientras Rose trabaja. De este modo ellos me brindan asilo y yo les
cuido su tesoro. No tengo más remedio que marcharme no sabes cuánto lo siento… –le dije nerviosa.
La verdad es que después de consumida la pasión, sentí que todavía quedaba algo
entre nosotros, algo a lo que no sabía ponerle nombre, me sentía genial entre
sus brazos, no quería marcharme, pero también
estaba un poco azorada ¿qué estaría pensando de mí y de la forma tan rápida que
había tenido de prestarme a esto?
—Está bien, por hoy te dejo marchar,
pero no te creas que esto va a terminar así, necesito más de ti Bella —dijo
levantándose de la cama y poniéndose la ropa al tiempo que yo también me
vestía. Las pobres bragas habían
terminado hacía un buen rato con su miserable existencia pero aun así no las
encontraba por ningún lado ¿dónde diablos estarían?, miré hacia donde estaba Edward que tenía en su
cara una sonrisa inocente que no sabía muy bien como identificar pero
sospechaba que tendría algo que ver con la misteriosa desaparición de las
bragas. De todos modos estaban rotas, así que me encogí de hombros resignada a pasearme por la calle sin nada debajo. Me
sonroje solo de pensarlo.
—¿A dónde se supone que vas?
–pregunté al ver que salía conmigo de la habitación.
—Bueno en vista de que he podido comprobar
de primera mano que eres algo así como el peligro público número uno, he decidido
acompañarte, ya sabes… por si las moscas. Y sin darme opción a protestar, salimos
al exterior y tomó el autobús conmigo.
—¿Por qué no quedamos mañana y me enseñas la
zona de los museos, no me puedo ir de Madrid sin conocer el Prado?— me preguntó
con un cierto deje de esperanza cuando ya estaba llegando a mi parada –todas
las excusas son buenas ¿no?, después quizás podrías volver a subir a la
habitación y… no he tenido suficiente de ti Bella, no sé a dónde nos conducirá
esto pero… quiero averiguarlo.
—Bueno, pero tendrá que ser a la misma hora de hoy, le
dije levantándome para bajar aprovechando que el autobús se iba parando.
—¿Vives por aquí cerca?
—Sí, mi casa es aquella de allí.
—Pues mañana en esta parada a la
misma hora ¿ok?
—Vale, hasta mañana.
Hasta mañana. Espera se me olvidada,
hazme un favor, por tu integridad física y mi salud mental, trae un casco y una
armadura, dijo riéndose a carcajada partida al tiempo que yo en un gesto muy
infantil le sacaba la lengua frunciendo el ceño.
—De acuerdo, lo traeré —dije
siguiéndole la broma y claro como no estaba a lo que estaba, al bajar del autobús volví a meter el pie en
uno de los múltiples agujeros que había en la carretera. Maldito Ayuntamiento
¿qué no se supone que asfaltan todos los años?, pues se conoce que se olvidan
de esta calle. Pero contrariamente a lo
que puede suponerse, no caí, esta vez me salve por la campana, más
bien por la barra que sujetaba la marquesina del autobús estratégicamente
puesta en mi camino hacia el suelo y a donde me pude agarrar. Cuando logre
sostenerme de nuevo en pie, mire hacia dentro del autobús, vi como se alejaba
despidiéndose con la mano y partiéndose de la risa. Lo último que vi fue que me
guiñaba un ojo mientras me lanzaba un beso…
Llegué a mi apartamento con una sonrisa tonta en mí cara y sumergida
en una burbuja personal. Definitivamente debería agradecer a Alice su
insistencia en que quedara con su hermano. ¿Será que este pequeño duende maléfico y meticón habría intuido con su
habitual percepción que su hermano y yo íbamos a congeniar, digamos…tan bien?
—Tierra llamando a Bella –escuché que
me decía mi cuñada Rose. Miré en su dirección y pude observar que ella y mi
hermano Emmett me estaban mirando con una sonrisa guasona pintada en sus caras.
—Parece que tu cita ciegas no ha
estado mal del todo ¿no? –me dijo Rose, menos mal que pude salir un momentito a
por Rosie –me dijo con sorna.
—No lo sabes tú bien cuñadita, no lo
sabes tú bien. Por cierto mañana te llevaré a Rosie al colegio pero no podré
hacerme cargo de ella el resto del día lo siento –le contesté mientras me
dirigía a la habitación dejándoles con la boca abierta y sin darles tiempo a
aplicarme su habitual tercer grado...
Cuando me desnudé pude observar que
todo su olor estaba impreso en mi cuerpo y en mi ropa. Sonreí satisfecha y
feliz como hacía mucho tiempo que no lo hacía. Definitivamente mañana sería un
día interesante y muy, muy placentero… debía agradecerle a Alice.
—No quiero que esto termine cuando
tenga que marcharme –me dijo al día siguiente
minutos después de haber recuperado nuestra respiración tras una nueva
sesión de maravilloso y explosivo sexo—.
No quiero separarme de ti Bella Swan… no puedo, es superior a mi –me dijo como si me hubiese leído el
pensamiento.
—Yo tampoco quiero hacerlo…
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