domingo, 30 de noviembre de 2014
viernes, 14 de noviembre de 2014
sábado, 1 de noviembre de 2014
LA LEYENDA DE LA DOBLE MALDICION (OS DE HALLOWEN DEDICADO A LAS CHICAS DE METÁFORAS PARA LA FANTASÍA)
La Leyenda de la Doble Maldición
SUMMARY:
Un vampiro milenario con un extraño y
peculiar problema. Una Bella ecologista que guarda un misterioso secreto. Una
maldición, una profecía… Dos almas que se encuentran en una noche de Halloween…
Una puerta a la esperanza.
Narrado en tercera persona.
31 de octubre de hace mucho… mucho
tiempo…, demasiado quizás.
Los dolores del parto cada vez se
sentían más fuertes y frecuentes. Las contracciones, ahora, eran cada dos o
tres minutos. La futura madre primeriza
se esforzaba por obedecer las instrucciones de su médico, su hija estaba por nacer y debía centrar toda su
atención en ella, pero no podía…, imposible.
Los dolores eran tan intensos que le
hacían perder la consciencia, ella sabía que se estaba desangrando, de hecho
había sangre, su sangre, por todas
partes. Su cuerpo estaba cada vez más
débil y con cada nueva contracción, con cada nuevo empujón, la vida se le iba.
Ya casi no podía mantener los ojos abiertos, estaba al límite de sus fuerzas.
Tan derrotada y cansada que ni el más poderoso de los hechizos bastaría…
Sentía que había llegado su hora. Aquel
miserable así lo había dispuesto, pero
tenía que aguantar hasta el final, por ella…, por su hija. Mientras un nuevo miembro de su estirpe se
empeñaba en llegar al
mundo, en
su cabeza seguían resonando esas palabras pronunciadas con tanta maldad, con
tanta crueldad, ese hechizo
indestructible, esa maldición que gobernaría su vida y la del resto de su
estirpe…
«Yo os maldigo a vosotros y a vuestra descendencia… para toda la eternidad.»
El
llanto de su hija resonó en la habitación por encima de sus propios gritos cada
vez mas apagados…
Lo
que la joven madre no llegó nunca a saber es que, no lejos de allí, alguien la
estaba ayudando, alguien estaba
activando una vieja profecía que, de cumplirse, rompería la
maldición. Alguien que abría una puerta… a la esperanza.
30
de octubre de 2014. En un lugar
indeterminado cerca de Forks… Víspera de Halloween.
—Edward,
ella dice que tiene una solución, pon algo de tu parte, por favor, no te
cierres ni seas terco, escúchala por lo menos —dijo el rubio vampiro,
desesperado mientras daba vueltas por la
habitación, señalando a una extraña pareja que permanecía callada, quieta y
sentada en uno de los cómodos butacones de la estancia.
Digo
extraña porque ella parecía un duende, con esos pelos de punta, disparados en todas
direcciones como si la hubieran enchufado a algo eléctrico. Además, vestía de
forma extraña, con una combinación de colores tan… peculiar que de ser humanos,
los que allí se encontraban, su vista hubiera quedado seriamente dañada. Él,
sin embargo, parecía un modelo de pasarela, alto, rubio, bien formado, mejor
vestido. Sin un solo pelo suelto o fuera de sitio, pero con un extraño rictus en su cara, una
expresión indescriptible, a caballo entre la apatía y… ¿la resignación?
—¿Que
la escuche pretendes?, ¿por qué tendría
que hacerlo?, ¿desde cuándo las brujas
colaboran con los vampiros? Además, parece que se te olvida, Carlisle, que fue
una bruja la que…
—Ni
tú eres un vampiro normal ni yo una bruja corriente… Yo soy la solución de
todos tus males. Tengo la clave para salvarte… Solo el amor verdadero podrá
cambiarte, lo he visto —decía la bruja mientras le cogía la mano a un vampiro
que lo que menos necesitaba en esos momentos era ese tipo de contacto con una
criatura que, aunque mágica, al fin y al
cabo era un ser humano con sangre corriendo por sus venas, y él… un vampiro con
un problema muy peculiar.
—Y
yo también he visto «La Matanza de Texas» y no creo que haya por ahí un tío
matando gente con una sierra eléctrica, o que de repente seas humano y ¡zas! De
la nada seas un zombi, como en «Guerra Mundial Z» —respondió Edward con aire
desafiante.
—¿Lo
veis? Si ya lo decía yo, ahora mismo llamo a Tanya y…—dijo entonces Rosalie,
sumida en sus pensamientos y totalmente ajena a la principal cuestión.
—Rosalie,
querida, todos estamos perfectamente al corriente de que todo tu interés es que
Tanya se convierta en la compañera de
Edward, pero ¿no crees que él tiene algo que decir al respecto? —dijo una Esme
harta de la actitud de su hija—. Por el amor de Dios, ha tenido doscientos años
para enamorarse de ella y…
—…Y
lo único que hace es exasperarme, agobiarme y ponerme más enfermo todavía de lo
que me pone la…
—No
encontrarás el amor entre los de tu especie. —Siguió la bruja, interrumpiendo
sus palabras, indiferente a esa conversación estúpida, banal e intrascendente
que se desarrollaba al mismo tiempo que mentalmente le iba contando a Edward
una historia muy extraña: su propia historia, que por supuesto él ya conocía de sobra, pero
esta vez la narración de los hechos se
mezclaba con la de alguien más.
—¿Ah,
no? ¿Y entonces dónde lo encontraré? ¿Entre los humanos?, ¿entre las brujas que
también son humanas, inmortales, sí, pero humanas al fin y al cabo? Pues déjame
recordarte, bruja de pacotilla, que precisamente es por vuestra culpa por lo
que… ¡Oh, por el amor de Dios, que alguien la saque de aquí… No puedo más! —agregó, soltando de repente su mano e
interrumpiendo el contacto que le permitía escuchar los pensamientos de la
bruja y que le estaba narrando la historia completa de «La leyenda de la Doble
Maldición»—. Su sangre… ¡No lo resisto…! Yo…
Y
sin añadir palabra alguna, el vampiro salió corriendo de la habitación y de
aquella casa en dirección a un bosque que era, a la vez, su refugio y su
perdición.
—No
os preocupéis —dijo entonces la bruja de una manera muy misteriosa—. Corre
hacia su destino. Su compañera le espera. Lo sé, yo misma pronuncié el contra
hechizo… Ha llegado el momento. La profecía está a punto de cumplirse.
—¡Anda!,
ha quedado con Tanya —dijo entonces Rosalie, aplaudiendo y saltando de forma entusiasta.
—Rose,
querida, verás…
Pero
el pobre Emmett no terminó lo que iba a decir, pues Rosalie ya había salido
disparada hacia el ordenador. Según ella, tenía una boda que preparar. Los
demás rodaron los ojos con resignada expresión.
Forks
(Washington), 31 de octubre de 2014… Día de Halloween.
Enfundada
en su inseparable gorro amarillo con motitas negras y bufanda a juego, con su
largo pelo castaño, suelto y cayendo por
sus hombros. Con esos ojos color
chocolate que derriten al propio hielo,
Bella Swan, la última bruja de su estirpe, al menos por el momento, salió de su
casa aquella mañana dispuesta a comerse al mundo. Estaba completamente segura
de que hoy sería el mejor día de su vida, pues
estaba más que decidida a terminar con aquella estúpida historia sobre
una maldición, según la cual, un enorme monstruo amarillo atemorizaba en las noches de Halloween a las
buenas gentes de su pueblo.
Al
ser dueña y administradora de un blog
que se dedicaba por entero a tratar temas de tipo sobrenatural y paranormal,
Bella era una persona totalmente escéptica ante ese tipo de cuentos de viejas, como ella misma los
llamaba. Hacía ya un año que su madre
había muerto en extrañas circunstancias, dejándole una carta más extraña
todavía, con unas indicaciones de lo más originales y que ella, por supuesto,
no se creía para nada.
Vivía
sola en una pequeña casa, ya que su padre también había fallecido antes de que
ella naciera, víctima, según le habían dicho, de un borracho que en una terrorífica noche de
Halloween lo había asesinado con su propia arma. Pero, a medida que fue
creciendo, se fue dando cuenta de que esa explicación no era cierta. Ignoraba
cómo lo sabía, pero el caso es que tenía la certeza de que a su padre le había
matado… un extraño animal, cosa que, sin
lugar a dudas, enloqueció a su madre.
Bella
siempre había sospechado que ésta era la razón por la que su madre, rota de
dolor por la pérdida del ser amado, se
había aferrado a la historia del monstruoso animal de color amarillo que
asesinaba a sus convecinos. Era la única explicación que se le ocurría para justificar
aquella extraña petición de la carta. Una petición que la había dejado
totalmente perpleja y confundida, pues no encajaba para nada con el resto de
una historia que, si tenía que ser sincera, estaba muy mal contada y daba lugar a
equívocos.
¿Cómo
era posible que su madre delirara de esa manera como para pretender que su
hija, ¡su propia hija!, pasara una noche sola en una cabaña en medio de ninguna
parte y encadenada a una pared? Pero
loca o cuerda no dejaba de ser su madre al fin y al cabo, por lo que Bella se había pasado todos esos años
aguantando a su madre y sus historias. Ahora, después de esa muerte tan extraña,
estaba dispuesta a averiguar la verdad de una vez por todas.
Su
madre, Renée Swan, era muy distinta a ella. Creía a pies juntillas en todo tipo
de historias y leyendas. Más que eso..., estaba convencida de que ambas
pertenecían a una estirpe de brujas ancestrales sobre la que pendía aquella
vieja maldición… Las mismas que tendrían el poder de suprimirla. Renée pensaba
que sus antepasadas habían hecho todo lo posible para acabar con ese hechizo,
pero sin éxito alguno, y que ahora era su deber remediar todo aquello. Sin embargo, mientras no encontrara la solución…, la única posible, debería tener cuidado en las noches de Halloween
y pasarla encerrada en aquella cabaña. El problema era que su madre no había
sido «tan amable» de decirle cuál era esa única y posible solución.
Naturalmente,
Bella pensaba que ella estaba un poco mal de la cabeza; y no le faltaba razón.
Por
eso vivían tan alejadas, pues los lugareños que como Renée creían a pies
juntillas en aquella leyenda, solían discriminarla y tratarla mal cada vez que
aparecía en público, como si ella fuera la culpable de todos sus males. Pero
por muy alejadas que estuvieran del pueblo, a Renée no le faltaban amigos
dispuestos a quedarse con ella un día concreto del año. Bella nunca pudo averiguar, hasta después de
su muerte, dónde iba su madre todas las
noches de Halloween hasta el día siguiente. Ahora estaba convencida de que iba
a pasarlas a esa misteriosa cabaña.
Por
esa razón, Bella se sentía inquieta en este día, pues llevaba mucho tiempo intentando limpiar
el nombre de Renée y, para eso, necesitaba
que Jane Vulturi, la otra supuesta bruja implicada en la leyenda, le concediese una entrevista para su blog, explicando que todo aquello era total y
absolutamente una mentira. Pero Jane Vulturi ni siquiera se dignaba a asomar la
cabeza por el pueblo.
Vivía,
al igual que ellas, alejada del mismo, en una mansión lúgubre y tenía
a una persona de su confianza que la suministraba de todas las provisiones
necesarias para subsistir. Su madre siempre andaba a la gresca con ella,
culpándola públicamente de todos sus males pasados, presentes y futuros,
mientras que la supuesta bruja, con aire
impasible, pasaba totalmente de ella, lo que enfurecía más a Renée. Pero si Bella quería ser sincera consigo
misma, lo cierto era que no culpaba a Jane de su alejamiento, ya que la mayoría
de las veces a la gente solo le interesaba el morbo que había tras la persona,
no la persona en sí.
No
obstante, Bella era una mujer que no se
daba por vencida tan fácilmente y estaba decidida a conseguir una entrevista de
la supuesta bruja, fuese como fuese, con
el fin de limpiar el nombre de su madre y el de toda la familia Swan.
Para
ello tenía un plan… Un plan que incluía introducirse en ese bosque sombrío en
una noche como aquella, para llegar hasta la mansión de Jane Vulturi y averiguar la verdad de una
vez por todas.
De repente, pegó un brinco porque un grupo de zombies,
al más puro estilo de «The Walking Dead», a los que no había oído acercarse,
obvio, para eso eran zombis, la estaba rodeando e intentaban morderla, al mismo
tiempo que hacían la clase de ruidos guturales que hacen este tipo de criaturas
mientras mueven los brazos de forma descoordinada.
—Oh,
Jacob, ¿de verdad que aún andas con esas
tonterías?, ¿no crees que ya eres mayorcito para ello? Déjame en paz,
por favor, y vete a molestar a otra
parte, ¿no tienes algún hombre lobo a quien fastidiar, por ejemplo? —dijo Bella,
impaciente.
Pero
los zombies no atendían a razones y
seguían rodeándola con intención de morderla mientras continuaban con esos
sonidos exasperantes, así que la muchacha empezó a rebuscar en su muy grande y
amplio bolso, hasta que aparecieron un montón de chucherías y caramelos variados
que, precisamente, tenían la forma de… digamos que… distintos componentes
internos del cuerpo humano y se los dio al que parecía el jefe, el que ella pensaba
que era Jacob Black, un amigo de la infancia que nunca cambiaría. Los
susodichos, contentos con su botín, se
fueron entonces a molestar a otra pobre
criatura descarriada que resultó ser Vanessa, una de las chicas más monas y
llamativas del pueblo y que iba disfrazada de vampiresa, pero de una vampiresa muy sexy,
todo hay que decirlo.
—Son
zombies pero no tontos —masculló Bella
para sí misma.
Una
vez libre de tan molestas criaturas, se cerró el abrigo bajo el cual llevaba
aquella llamativa camiseta en la que había inscritas las palabras «Salvemos la Lagartija Amarilla». Hacía
ya unos cuantos años que se había metido de lleno en una organización
ecologista del pueblo, empeñada en reivindicar la figura de un pobre animal que
debido a la leyenda estaba muy mal parado y en peligro de extinción. Hay que
decir que en todos esos años había sido un miembro tan activo que había
terminado en la cárcel un par de veces o tres por armar escándalos y bullas, ya
que era muy apasionada cuando se trataba de salvar árboles, animales o… el
planeta en general.
Con
la mayor determinación posible, echó a andar en dirección al bosque, hacia esa mansión de la que no se
movería y en la que estaba dispuesta a permanecer toda la noche hasta que Jane
Vulturi hablara con ella y así, al fin, poder demostrar que no había ningún
animal en el pueblo, asesino y demoníaco que se dedicaba a sembrar el terror en
las noches de Halloween.
En cualquier caso, y como siempre hacía, retaba
a las buenas gentes de Forks a que le dieran el nombre de algún
desaparecido misteriosamente esa noche. Solo una vez, hacía ya unos cuantos
años, los padres de Mike Newton, un joven de dudosa reputación, habían denunciado su desaparición. El caso aún
seguía abierto, pues el muchacho nunca había sido encontrado ni vivo ni muerto.
Su misteriosa desaparición seguía siendo un misterio, de ahí la superstición y
miedo de las buenas gentes de Forks, pero ella tenía bien claro que Mike había
huido de su casa.
Mientras andaba, se percató de que no solo eran los zombis
las únicas criaturas de la noche que ya
desfilaban por las calles del pueblo, pues un sinfín de brujas; vampiros;
hombres lobos; Fredys Krueger; novias sangrientas; novias cadáver; Jasons;
calabazas terroríficas; hadas maléficas
y… lagartijas amarillas llenaban las desiertas calles, llamando de puerta en
puerta para hacer el típico juego de «truco o trato», empezando así la
celebración de Halloween.
Pero… un momento, retrocedamos un poco, ¿hemos
dicho lagartijas amarillas?
¡¿Qué
diablos pinta una lagartija amarilla entre zombies, demonios y vampiros en un
día como el de Halloween?!
Más
de lo que vosotros os imagináis, mis queridos lectores, porque el monstruo
amarillo de la leyenda tiene la forma de una enorme y gigantesca lagartija
amarilla, especie autóctona del pueblo.
Y si no lo creéis, preguntádselo a Isabella Marie Swan, la bruja de nuestra historia, aunque ella
todavía no lo sabe… La última de las Swan, por el momento, y la persona más
escéptica que jamás hayáis conocido. Y a Jane Vulturi, la bruja maldita… Última
de su especie… por voluntad propia.
En
el camino que llevaba a la mansión, Bella sintió una extraña presencia a su
alrededor, como si alguien la siguiera o la estuviera vigilando. Al llegar a un
recodo del bosque, vio una extraña
figura que, apoyada contra un árbol, parecía encontrarse mal, ya que estaba
vomitando.
«Menuda
merluza debe llevar encima», pensó Bella.
—¿Te
encuentras bien? —le preguntó, ansiosa de ayudarlo y más todavía por alejarlo
de allí antes de la noche, para así proseguir su propio camino.
—Me
harías un enorme favor si te marcharas
lejos de mí, llevo un rato siguiéndote y tu olor…, tu sangre…, toda tú… me
llama como un canto de sirena. No sé qué me pasa, es distinto, contigo todo es
distinto. Temo hacerte daño, sigue tu camino, bruja, no sé qué extraño hechizo
has lanzado sobre mí. —Siguió el desconocido elucubrando, provocando que la
boca de Bella se abriera como un buzón de correos.
—¿Qué
diablos estás diciendo? ¿Y qué es eso que está detrás de ti? ¡Ahhh! –chilló,
provocando que el pobre chico pegara un respingo, tropezara con el animal en
cuestión y cayera de culo en el suelo, en un escorzo imposible de determinar—.
Es un animal muerto. ¡¿Lo has matado?! ¿Qué te ha hecho el pobre ciervo, vamos
a ver?, ¿es que no sabes que es un ser vivo, un animal libre que debe ser
respetado?, ¿es que en tu casa no te
enseñaron respeto alguno por las criaturas de Dios?
»Debería
denunciarte por ello, quizás lo haga ahora mismo, pertenezco a una organización
ecologista, ¿sabes?, y no permitiremos que actos como este queden impunes. ¿Es que no te das cuenta de que podrías estar
causando la extinción de la especie?
Detuvo
un momento su discurso y se fijó más detenidamente en el pobre animal, que de
haber tenido un solo soplo de vida, la hubiera propuesto para que la
canonizaran por la ardiente defensa que estaba haciendo de los de su especie.
Pero, Bella, resuelta, volvió con sus argumentos:
—¿Y
qué le has hecho al pobre bicho? Parece como si no tuviera sangre en el cuerpo.
Esto no va a terminar así, te juro que te haré pagar por ello, maldito, maldito
seas por…
Bella
seguía hablando y hablando, chillando y chillando, señalando al pobre chico con
su dedo acusador y haciendo muchos aspavientos con las manos. El pobre muchacho
la observaba impasible, sentado todavía en el suelo, totalmente impresionado, sorprendido, esperando
su oportunidad para defenderse…
—¿Prefieres
acaso que te mate a ti antes que a un ciervo? —interrumpió de pronto él, una
vez que hubo logrado ponerse en pie de nuevo—. ¡Por favor, qué hipócritas sois
los humanos! ¿Acaso no coméis vosotros carne? Apuesto a que este ciervo,
cocinado como soléis comer todo vosotros, está de muerte. Seguro que entonces
no tendrías ningún remilgo en comértelo.
—Siguió ante la mirada impasible, furiosa y enfadada de una ecologista en toda
regla.
—Soy
vegetariana —le dijo como si fuera obvio y él tuviera que saberlo, poniendo los brazos en jarras y dedicándole
una mirada asesina—. ¡No-como-pobres-animales-indefensos, ¿vale?! —aseveró,
remarcando bien cada palabra—, y mucho
menos los mato. Yo los respeto, son seres vivos con sentimientos como los
puedes tener tú y…
—Vale,
de acuerdo, te pido perdón —le dijo desesperado, deseando que por fin dejara de
regañarlo—. Necesitaba hacerlo, ¿ok?, no he tenido más remedio, me moría de
hambre y bien que me arrepiento —contestó
el individuo en cuestión, arrodillándose en el suelo para vomitar otra vez.
La
verdad es que su rostro tenía un extraño color ceniciento, como el que se le
pone a aquellos que están mareados y a punto de perder la conciencia. Además,
decía unas cosas tan raras y extrañas, parecía como si estuviera ¿borracho?
—¿Quién
diablos eres? Además de un asesino psicópata de pobres animales indefensos, claro.
—¿Es
que no es obvio? —respondió el muchacho, volviéndose hacia ella y enseñándole
sus colmillos.
—¿Te
quieres quedar conmigo o qué…? Mira, si lo que quieres es burlarte de mí, yo no
estoy por la labor, así que ya puedes marcharte por dónde has venido, si no
quieres que te atice con alguna rama de árbol. La fiesta es por el otro lado. Muy bonitos
colmillos por cierto, ¿dónde los has
comprado? ¿En una tienda de saldos? Lo digo porque si algún día decido
disfrazarme de vampiro imbécil ya sé dónde acudir —le dijo, empezando a
chillarle de nuevo.
—La
que tendría que tener cuidado conmigo eres tú. ¿Tan patético soy que no te doy
ni miedo?
—¿Miedo?
¿Y por qué tenías tú que darme miedo, a ver?
—¿Es
que no es obvio? Te haré un resumen
—dijo el chico, impaciente y harto de tanta estupidez—: ¿El hecho de que tenga
colmillos y a mi lado haya un animal, que ha muerto desangrado, no te dice
nada?
—No,
nada en especial, solo que eres un asesino cruel de animales indefensos, que la fiesta es en el pueblo y que te encuentro
ya demasiado mayorcito como para ir jugando por ahí a esas cosas. En cuanto al
ciervo… —Bella se quedó callada por un momento, como si acabara de descubrir la
fórmula de alguna reacción química importante, y la verdad es que había dado con algo verdaderamente… ¿terrorífico?—. Está claro que este animal ha muerto
desangrado, eso es obvio.
El
pobre muchacho no veía la obviedad por ninguna parte, pero de todas las humanas
que había en este mundo tenía que haberle tocado aquella loca ecologista que,
además, no paraba de hablar.
—Bueno,
da igual, no entiendo para qué lo has desangrado primero, pero tú sabrás, lo
cierto es que es una crueldad hacer eso con un pobre ciervo que no le ha hecho
nada a nadie, pero, desangrado o no,
está claro que el objetivo era matar al pobre bicho para llevártelo en hombros a donde sea que estén
tus compinches. Asarlo en algún lugar
apartado y coméroslo, pero no os
saldréis con la vuestra. Espero que no pertenezcas a una secta y el
hecho de haberle desangrado primero no forme parte de algún ritual demoníaco,
porque si es así, vete olvidando de tus demonios y de tu ritual, ¿está claro?
Porque NO, no, señor, aquí estoy yo para
impedirlo porque…
—¡¡Quieres
parar ya de decir idioteces!! —chilló, lanzando un gruñido que hizo que la
muchacha se quedará sorprendida.
El
muchacho estaba comenzando a perder la poca paciencia que tenía y que, en
realidad, era muy poca. Esa mujer le ponía de los nervios y no precisamente por su manera de hablar, hablar y hablar sin tomarse ni siquiera la
típica pausa para respirar y sin dejar meter una sílaba a los demás, aunque
solo fuera de canto.
La
verdad es que tenía que reconocer que esa chica, con toda su verborrea, lo
atraía de una manera que no sabría identificar y eso era lo que le tenía nervioso. ¿Y si la electro-duende
tenía razón?, ¿sería ella la bruja que lo salvara? Por otro
lado, le desconcertaba la tranquilidad
absoluta que mostraba ante él. Sabía,
por su olor, que esa humana no era una humana normal, sino una bruja de un linaje
muy antiguo, dato que debía conocer y asumir la existencia de los vampiros, ¿qué parte no entendía?
Y
por otro lado, él se encontraba ya lo suficientemente mal como para aguantar
más preguntas tontas, más verborrea sin sentido… ¡Maldito ciervo del demonio!, ¿por
qué se cruzaría en su camino? Así que aprovechó el inaudito silencio de ella
para continuar hablando:
—En
todo caso, serías tú la que lo asaría al fuego antes de comérselo, pues yo
prefiero beber su sangre cuando todavía está vivo o recién muerto, así es más
sabrosa o al menos eso dicen, no puedo saberlo porque no se queda conmigo el
tiempo suficiente para que lo confirme.
—¿Te
lo has encontrado de esta forma cuando has llegado?, claro —se dijo,
contestándose a sí misma alguna pregunta mental no formulada en voz alta y sin escuchar
lo que decía el joven vampiro, porque a estas alturas supongo que ya todos,
menos ella, habréis averiguado que el muchacho es Edward… Nuestro vampiro
especial—, es por eso por lo que estás vomitando —siguió diciendo Bella—, encontrártelo
de repente así…, te ha revuelto el
estomago, ¿a quién no? Eso quiere decir que hay una banda de furtivos
psicópatas por aquí que van matando animales
y desangrándolos cuando aún están vivos. Es posible, como ya he dicho antes,
que formen parte de alguna secta demoníaca, así que tendré que volver a casa un
momento a avisar a los demás. Mira, yo no sé si será prudente esto, pero puedes,
si quieres, venir conmigo. Mi casa está ahí mismo, te hare un té que seguro te
calmará el estómago.
—¿Quieres
parar de decir tonterías? —Edward creía que iba a enloquecer en cualquier
momento. ¡Por Dios, un vampiro loco! Lo que me faltaba, pensaba.
—Oye,
un poco de respeto que aquí el único que dice tonterías eres tú, pues sí,
estaría bueno, encima que trato de ayudarte. A ver si va a resultar que formas
parte de la banda de cazadores furtivos o de la secta y... Ahí te quedas, vampiro de
pacotilla venido a menos, asesino de animales indefensos, que yo me voy a
denunciar el caso.
Diciendo estas palabras, que se clavaron en el
corazón del chico como puñales venenosos, y eso que el susodicho órgano estaba
más que muerto, Bella comenzó a alejarse de él, pero sus pasos no la llevaron
al centro del pueblo, a la sede de la
organización a la que pertenecía, no señor. Inconscientemente, sus pasos la
llevaron de nuevo al bosque.
Edward,
una vez que salió del estupor que su verborrea le causaba, la siguió.
La
siguió porque una fuerza extraña llevaba
al vampiro hacia ella, algo inexplicable y a la vez maravilloso, un sentimiento indescriptible, un pálpito en
su muerto corazón. El olor de su sangre era distinto al olor de las otras
sangres. Ésta era única, era una que al olerla no le producía ningún efecto
adverso. Y eso estaba bien, por primera vez desde que renaciera a este mundo
podría alimentarse sin…. sufrir las consecuencias.
Así
que eso haría, la seguiría hasta donde fuera y bebería de ella. Esperaba no
matarla, la chica era demasiado hermosa y bella como para que muriera de esa
forma tan horrible. Al pensar en esa posibilidad el vampiro se tensó, ya que una extraña
sensación de vacío, de pérdida, asoló su interior, un sentimiento nuevo y
totalmente desconocido para él, pero, de momento, lo apartó un poco, aunque no cabía duda de que esta bruja,
porque él estaba seguro de que era una bruja, le inspiraba ternura y un deseo
enorme de protegerla, de poseerla, de hacerla suya y no dejarla escapar nunca.
No
era la primera vez que había yacido con una mujer, aunque éstas siempre solían
ser vampiras, no humanas. ¿Cómo follar
con una humana si en medio del acto tendría que salir corriendo a vomitar,
mareado por el olor de su sangre? Por esa razón no tenía experiencia en ese
tipo de cuestiones, pero el deseo era más fuerte que nada y estaba más que
dispuesto a intentarlo y averiguarlo.
Definitivamente
era un ser patético, pensaba mientras corría detrás de ella para alcanzarla,
sintiendo en el fondo de su alma que quizás la electro-duende había acertado, y que la clave de su destino se encontraba
en el amor verdadero. ¿Podría él llegar a sentir amor por esa muchacha? Algo lo
empujaba hacia ella, de eso estaba seguro. Así que, sin más, la siguió.
Por
su parte, Bella sintió una extraña atracción por aquel muchacho nada más verlo,
a pesar de que su encuentro se había producido en unas circunstancias nada
agradables. De todos modos ahora no tenía tiempo para eso, tenía que seguir con
sus planes iniciales, mañana iría a denunciar la existencia de una banda de
cazadores furtivos o de la secta, porque lo primero era lo primero.
Siguió
su camino pensando que nunca en su vida había sentido tal grado de atracción
por un chico. Tanto es así que sintió la necesidad de cambiarse de ropa
interior ahí, en medio del bosque, ya que la que llevaba puesta estaba al borde
de la inundación total… ¿Tanto la había excitado ese falso vampiro? Lo cierto
era que discutir con él resultaba… refrescante.
Tan
sumida estaba en sus pensamientos que no se percató de que el vampiro la seguía
ni de que estaba anocheciendo ni de que el bosque, siguiendo la costumbre que
imperaba en aquel pueblo, se iluminaba a su paso con unas luces escondidas
dentro de unas calabazas que colgaban de las ramas de los árboles, cortesía de
los habitantes del pueblo para ahuyentar al monstruo, según decían ellos. Y tan
sumida estaba en sus pensamientos que tampoco se dio cuenta de que en vez de
tomar la dirección de la «Mansión Vulturi», se internaba cada vez más y más en
el bosque, seguida de cerca por el vampiro.
—¿Por
qué diablos me estás siguiendo? —preguntó, parándose de repente al detectar la
presencia del muchacho a su lado.
—Bueno,
pues… veo que vas andando sin rumbo fijo, no sé si eres consciente de que aquí
viven criaturas malignas que podrían hacerte daño, por eso he decidido seguirte
—contestó el vampiro, muy poco dispuesto a reconocer el motivo real de porqué
la seguía.
—Ah,
claro, y como tú eres un hombre fuerte y poderoso piensas que puedes librarme
de cuanta criatura infernal circule por aquí, ¿verdad?
—No
olvides que soy un vampiro.
—Sí,
claro, ya, y yo una bruja milenaria, no te fastidia. ¿Y de quién eres hijo, de
Drácula?
—Ummm,
estoy convencido de que el conde se avergonzaría mucho de ser mi padre. Para su
suerte, soy hijo de Carlisle Cullen.
—¿Qué?
—exclamó sorprendida—. ¿Aquel que yació y se casó con la bruja de la maldición que contaba mi
madre, arrebatándosela a Aro Vulturi, «el
brujo destripador» como lo llamaban? ¿Aquel que porta él mismo otra extraña
maldición? Aunque, más bien diría yo que es la misma, pero dividida en dos
partes… —pensó Bella en voz alta sin ser consciente de ello.
—Ya
veo que soy famoso.
—Sí,
claro, y yo voy y me lo creo, no te joroba. Seguro que has leído mi blog o
alguno por el estilo, en donde se cuenta esta leyenda con pelos y señales y has
decidido venir a tomarme el pelo. Vamos, que si tú eres ese vampiro tan… especialito…, yo soy una bruja milenaria.
—¿Y
acaso no lo eres?
—¡Argggg!
Mira, guapo, ya te he dicho que tengo muchas cosas que hacer y que la fiesta es un poco más adelante…, concretamente
en la cripta del pueblo. A mí déjame en
paz, reconozco que eres muy mono, quizás en otra ocasión, pero ahora no puedo.
—¿Y
qué cosas tan importantes puede tener que hacer una bruja como tú en medio del
bosque?
—Ya
te he dicho que soy tan bruja como tú vampiro y no estoy en medio del bosque me
dirijo a… —Bella se detuvo de repente al darse cuenta de que, en verdad, estaba
en medio del bosque, que hacía ya mucho rato que debería haber llegado a la «Mansión
Vulturi», y que las calabazas de luz que iluminaban el camino… no estaban.
—Esto…
Creo que me he perdido.
—No
hay que hacer un doctorado para averiguarlo, yo llevo dándome cuenta desde que te has desviado hacia la
derecha en vez de hacia la izquierda.
—¿Y
por qué no me has avisado?
—No
querías hablar conmigo. Y cualquiera te tose, además, no dejas la boca cerrada
ni para respirar, a ver quién es el guapo se atreve a meter baza.
—¡Argggg!
—exclamó Bella—, eres imposible.
Y
sin decir una palabra más se dio media vuelta y empezó de nuevo a vagar, en la
dirección por la que había venido. Pero el bosque es traicionero, engañoso y
maligno. Tras mucho andar, llegaron por fin a una extraña cabaña. Bella se dio
cuenta, entonces, de que inconscientemente se había dirigido al sitio que le
indicaba su madre en la carta.
—Será mejor que entremos.
En otro lugar distinto a donde hemos
dejado a nuestros jóvenes protagonistas, Jane Vulturi se despertó sobresaltada.
Una extraña conmoción en el karma le hizo saber que la profecía estaba a punto
de cumplirse, deshaciendo la maldición. Se levantó deprisa de la cama y empezó
a vestirse. No podía consentirlo, y para ello lo primero que tenía que hacer
era encontrar a Isabella Swan, porque si sus pálpitos eran ciertos, la bruja, en estos momentos, estaría muy bien
acompañada y eso podría significar… su perdición.
Las puertas de la cabaña cedieron con
un inquietante y espeluznante chirrido. En su interior hacía frío, aunque dentro
de la chimenea había unos cuántos leños preparados…, parecía como si alguien
los hubiera dejado ahí para ellos. Y, por si fuera poco, una extraña cesta
descansaba encima de una mesa, que a su
vez estaba franqueada por un extraño sofá, y digo extraño porque más bien
parecía una enorme cama. Al abrir la cesta, Bella encontró unos sándwiches
variados; una lata de Coca-Cola; algo de fruta y lo que parecía un extraño líquido
rojizo dentro de unas bolsas de plástico, parecidas a las que usan en los
hospitales para hacer las transfusiones.
Todo era de lo más raro, es más, había
sido un día de lo más misterioso y la noche que ya había caído sobre el bosque,
prometía ser más rara aún. Pero como llevaba todo el día sin comer, Bella sacó
de la cesta un par de sándwiches, la fruta y el refresco. Aunque primero se
quitó el abrigo, el gorro y la bufanda, dejando al descubierto su peculiar
camiseta.
—Aquí hay comida para ambos —dijo como
si nada— y… esto —señaló, enseñando al vampiro las bolsas de sangre.
Edward, que estaba distraído mirando
unas extrañas cadenas ancladas a la pared, no se percató de lo que Bella le enseñaba
hasta que lo tuvo en la mano, y ese olor tan… desagradable y a la vez atrayente
para él, inundó sus fosas nasales. Cuando se dio cuenta ya había mordido el
extremo de la bolsa con sus colmillos y estaba dando cuenta de su contenido
ante los ojos estupefactos de una incrédula Bella, bueno, incrédula hasta ese
momento, todo hay que decirlo.
De repente, como siempre le pasaba a
nuestro joven vampiro, esa sensación de asco inundó su cuerpo, tiró la bolsa
precipitadamente al suelo y, apartando a Bella de un empujón, abrió la puerta
de la cabaña para vomitar su contenido en el exterior.
Bella se quedo más estupefacta aún. Al
final resultó verdad que era un vampiro. Un vampiro al que ella había estado
regañando y echando la bronca, un vampiro que, al parecer, ¡se mareaba con la
sangre! ¡A ver si, al final, iban a resultar
ciertos los cuentos que le contó su madre en aquella carta de despedida!
¡A ver si va a resultar ser cierto todo lo que él cuenta…, a ver si en realidad
no está borracho…!
Cuando nuestro joven vampiro se hubo
recuperado, entró de nuevo en la cabaña, dándose cuenta de que Bella seguía
mirándolo con la boca abierta, impresionada, sorprendida pero no con asco,
horror o miedo y eso… le gustó. Pero su mirada descendió sobre su pecho,
atraído no por esos montículos tan perfectos, según su opinión, que tenía, sino
sobre la inscripción de la camiseta y el dibujo. Luego, volvió a mirarla a ella
en una clara pregunta sin formular.
—Alguien tiene que defenderlas, son
las que peor paradas han salido de toda esta tontería de historia —le dijo a la
defensiva, retándolo con la mirada—. Pero en este momento la lagartija es lo de
menos. —Siguió diciéndole, haciendo un gesto impaciente con la mano—. Ahora que
he visto tu reacción a la sangre…
—añadió pensativa ante la impasible mirada del vampiro que aún se estaba
recuperando del mareo—, así que es verdad… —masculló como pudo. Se encontraba
estática, no podía creer hacia dónde la llevaban sus pensamientos, pero no tuvo
más remedio que admitir: —Tú eres el vampiro del que habla la profecía, aquel
que romperá la maldición. Aquel que, deseando beber desesperadamente la sangre
que necesita para subsistir, siente asco hacia ella, provocándole mareos, vómitos y rechazo.
—Sí, ése soy yo, Edward Cullen para ser más exactos, el que
carga la culpa de aquel padre, que enamorado de una bruja, la secuestró el mismo día de su boda con un brujo,
y que maldijo para siempre a toda su descendencia a vivir una vida miserable.
—Según
dice la leyenda —prosiguió Bella—, el brujo los persiguió sin cesar hasta que
dio con ellos. La bruja estaba embarazada y rompía aguas esa misma noche, la
noche de Halloween. Dio a luz a una hermosa niña, una niña maldita… una niña
que todas las noches de Halloween se convertiría en una extraño animal de color
amarillo, una especie de lagartija gigante, como la especie autóctona que vive
en estos bosques. Que asolaría el pueblo
matando a cuanta criatura encontrara por la calle, en busca de un macho humano
con el que aparearse, y así continuar la especie.
»Condenada
a no encontrar nunca el amor verdadero y que, al morir, traspasaría su
maldición a su descendencia. Una niña cuya descendencia maldita también vive en este
mismo pueblo, en una mansión lúgubre y sombría… o por lo menos eso era lo que
contaba mi madre.
»Ella
se pasó toda su vida luchando contra la bruja del caserón, intentando vencerla.
Todas las noches, por Halloween, me dejaba en casa de unos amigos y ella desaparecía.
Yo no volvía a saber nada de mi madre hasta el día siguiente, en que regresaba
toda sucia y desaliñada como si hubiera
pasado toda la noche luchando contra algo o contra alguien. Hasta que el año pasado murió en extrañas
circunstancias. Antes de morir me dejó una carta, revelándome
la historia, diciéndome que yo debería continuar con la misión, que
las brujas Swan habíamos nacido para eso… para romper la maldición y Jane
Vulturi para impedirlo. Lo que sigo sin comprender es el porqué me indicó que
debería pasar Halloween encerrada en una extraña cabaña y sujeta con unas
cadenas a la pared…
Edward, al oír esto, comprendió inmediatamente
la situación, pero no quiso decirle nada, no quería asustarla. Él cuidaría de
ella, la protegería de… ella misma.
—Pero
yo nunca me he creído esa historia—seguía explicando Bella—, precisamente esta
mañana salía de mi casa dispuesta a presentarme en esa mansión del terror y averiguar de una vez por todas
por qué murió mi madre… Para saber la verdad. Sabía a lo que me arriesgaba,
pero siempre he pensado que Jane Vulturi es una ancianita adorable que nada
tiene que ver con la descripción que daba mi madre de ella. Siempre he creído
que Renée estaba… loca. Y ahora vas tú, te presentas
aquí y… resulta que la otra parte de la historia es cierta.
Se
sentó de golpe en la especie de sofá cama, aprovechando para respirar un rato,
cosa que el vampiro agradeció, ya que hablaba tan rápido y tan seguido que
hasta para él era difícil seguirla, pero aun así siguió haciéndolo:
—El
extraño vampiro que se marea ante el olor de la sangre… existe. Carlisle Cullen te creó, te pasó la maldición tal y como dispuso el
brujo. Yo… todavía no puedo creérmelo…, sigo pensando que alguien me está
gastando una especie de broma pesada.
Bella
volvió la cara para mirar directamente a Edward a los ojos, él se giró hacia
ella en ese momento, sus ojos se encontraron: verde contra café. Sus cuerpos chocaron,
hielo contra fuego, sus corazones colapsaron, tanto el muerto como el vivo, y sus
labios se fundieron en un beso profundo y ardiente, un beso capaz de reducir todo a cenizas.
Sus
manos exploraban ansiosas el cuerpo del otro, tiraban de las ropas en un
intento desesperado por sentir la piel del amante, buscando fundirse en uno
solo.
A pesar de la prisa inicial, querían tomarse
su tiempo bebiendo del cuerpo del otro, disfrutando de ese momento, conociéndose mutuamente antes de fundirse en uno. Edward empezó a dar
pequeños besos en el cuello de la muchacha, que se dejaba hacer dominada
totalmente por la pasión. Su boca descendió despacio por sus pechos, besando,
lamiendo y chupando primero un pezón y luego el otro, para seguir su camino
hasta aquel punto femenino más sensible, que comenzó a chupar y a excitar todo
lo que podía.
Bella
no podía más de placer, su cuerpo se retorcía, sus gemidos llenaban el silencio
de la cabaña. Un reloj lejano daba las
doce campanadas en ese momento, la noche de Halloween había comenzado. El
tiempo se acababa, Edward tenía que actuar deprisa porque al terminar la última campanada… el cuerpo de
Bella comenzó a cambiar.
Primero
fueron sus ojos que se volvieron dorados y brillantes, perdiendo ese hermoso
color café; luego fue su cuerpo que se iba tornando amarillo con unas extrañas
motas negras dispersas por todo él. Además, empezaban a salirle escamas.
Edward
se dio cuenta de esta metamorfosis, pero no podía parar, ¡no debía parar!, no
quería detenerse y antes de que las extremidades de la chica se convirtieran en
garras, transformándose del todo en un animal monstruoso, antes de que ella
perdiera del todo… su humanidad… Edward entró en ella de una sola estocada,
poseyendo su cuerpo, su corazón y su alma.
En
el momento en el que la penetró, sintió unos deseos enormes de morderla, de beber
su sangre, y sin poder resistirlo hincó sus colmillos en su todavía amarilla
pero adorable piel, todavía conservaba ese olor a fresas y a
sangre humana que le llamaba.
Bebió… y bebió de ese dulce manjar mientras el
éxtasis le llegaba, los inundaba a los dos de una manera fulminante. Había
parado un poco nada más penetrarla, pues no sabía si ella era virgen o no, pero
Bella, a caballo entre su lado animal y su lado humano, había movido el cuerpo
instándolo a que continuara.
Cuando
ambos llegaron al final, comprobó con sorpresa que no estaba mareado ni sentía
ganas de vomitar, pero lo más importante de todo, se dio cuenta de que amaba a
esa mujer. La electro-duende no se
había equivocado: ese amor le había salvado. Ahora solo quedaba por ver si su
Isabella…, si el amor de su existencia… se convertía o no en ese monstruo
amarillo o si, tal y como rezaba la profecía, la maldición se había roto.
Se
tumbó junto a ella y, cuando por fin tuvo valor para volverse y mirar, comprobó
con estupefacción que Bella no estaba. Buscó por toda la cabaña, preguntándose
cómo diablos podía desaparecer de su vista un bicho tan grande. Era obvio que
allí no estaba, se dijo con tristeza, pensando que no había logrado romper el
hechizo. Si no iba ahora mismo a detenerla e impedir que cometiera alguna
tontería ni él ni ella se lo iban a perdonar por la mañana. De repente, recordó
el último paso de la profecía, una última cosa que había que hacer antes de
romper la maldición.
En
ese mismo momento, Jane Vulturi, que corría desesperada por el bosque para
impedir aquella unión, se paró de repente al encontrarse cara a cara con el
monstruo que su antepasado había creado. La extraña lagartija gigante la miraba
de forma amenazadora, la acechaba, no le daba tregua y, sin previo aviso, saltó sobre ella
mordiéndola en el cuello.
Jane
se defendió como pudo, pero la fuerza del animal era colosal y ella no tenía
ninguna opción. El monstruo la mordió en el cuello, en los hombros, por todos
los lados que pudo para inocularle su veneno. Mientras, las fuerzas de una Jane
que intentaba resistirse iban cediendo poco a poco, hasta que cayó fulminada por un rayo cegador. Y en el
mismo segundo que la estirpe de brujos,
causante de su desgracia, había desaparecido del todo, Bella recobró su forma
humana.
Al
mismo tiempo, en algún lugar indeterminado del pueblo daban las dos de la
madrugada, la noche de Halloween estaba
en su pleno apogeo. Toda clase de criaturas de la noche vagaban libremente por
las calles de Forks. La maldición estaba rota, solo el amor verdadero había
podido salvarlos.
Precisamente,
amor verdadero es lo que bruja y vampiro encontraron en aquella cabaña perdida
de aquel bosque sombrío, en una noche de Halloween muchos…, muchos años después
de que Elizabeth Swan y Carlisle Cullen se unieran por primera y única vez, dando origen
a la maldición que perseguiría eternamente a todas las brujas Swan y a todos
los hijos varones que el rubio vampiro creara.
Bella
se dio cuenta entonces de que no era Jane Vulturi el horrible monstruo que
asolaba el pueblo, sino ella misma. Ella era el monstruo, por eso su madre le
había dicho que pasara la noche en aquella cabaña olvidada de la mano de Dios,
sola y encadenada. Por un momento sintió asco y terror por ella misma, hasta
que se dio cuenta de algo: Jane sí era un monstruo, porque solo un ser inhumano
era capaz de lanzar semejante maldición contra su familia. No obstante, seguía
sintiéndose mal, pues había arrebatado una vida.
De
repente, se acordó del último paso a dar para que la maldición se rompiera del
todo y, aunque no encontró consuelo en ello, si halló cierto alivio. Ella había
hecho el amor con el vampiro del que se había enamorado locamente, se había
transformado, había salido a por la bruja, la había matado y había vuelto a
recuperar su forma normal en medio de la noche y no al día siguiente, como
rezaba la maldición. Consciente de lo que eso significaba echó a correr hacia la
cabaña, en busca de Edward, con el que
tropezó en su loca carrera, refugiándose
en su cuerpo.
Edward
la miró y comprobó con alivio que en sus brazos estaba su Bella, con su piel blanca como la nieve,
con su cabello castaño y esos adorables ojos marrón chocolate. Según rezaba la
profecía, que le había revelado la electro-duende,
el vampiro solo podría alimentarse de la sangre de su amor verdadero, dejando
atrás para siempre esa repugnancia por el líquido rojizo, y su amor verdadero
dejaría de transformarse en un monstruo horrible, siendo solo una poderosa
bruja capaz de albergar en su cuerpo toda la sangre necesaria para alimentar a
su vampiro, pero antes debía terminar, para siempre, con la estirpe causante de
todos sus males. Y todo eso se había cumplido, ya había pasado.
Felices
y relajados, bruja y vampiro, volvieron a esa cabaña a continuar disfrutando de
una noche de Halloween llena de esperanzas y promesas.
—¿Bella?
¿Amor? Despierta, los niños van a llegar
pronto y todavía tienes que ponerte tu disfraz. Vamos a llegar tarde a la fiesta, preciosa. Ya sabes que no pueden
empezar sin nosotros. Alice nos mataría y Esme… mejor ni te cuento.
—¿Edward?
¿Eres tú?
—Claro,
¿quién voy a ser? Cuando he llegado del trabajo te he encontrado dormida sobre
el portátil. Creo que te debo dejar descansar un poco más por la noche —dijo
con aire seductor.
—¿Eres
tú entonces? ¿Eres de verdad? Y yo… ¿yo no soy un monstruo amarillo y horrible?
¿Tú no eres un vampiro que se marea con la sangre?
—Bella,
cielo, qué cosas más raras dices. Creo que deberías dejar de investigar tanto
mito y leyenda para ese blog que escribes… Te crees tus propios cuentos, mi
amor —dijo su marido, regalándole una hermosa sonrisa, su favorita, aquella que
dejaba al descubierto unos enormes, largos y afilados incisivos.
Cuando
miró hacia el frente, la calabaza de la entrada la miraba con una expresión
burlona en las calaveras que tenía por ojos, mientras que su hija más pequeña, Nessie,
bajaba por la escalera disfrazada de… ¡¿lagartija amarilla?!
Fin
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